domingo, 17 de marzo de 2013

VALOR AFECTIVO DE LOS ALIMENTOS

Eran las cinco de la tarde, salíamos del colegio y ella estaba allí, esperándonos con su sonrisa, con su ternura, dándonos amor, como siempre que teníamos la suerte de contar con su presencia, y como expresión de ese cariño nos traía algo tangible, un buen trozo de chocolate que a nosotros nos sabía a auténtica gloria.

Ahora ya somos adultos, no contamos con su maravillosa presencia, pero nuestro cerebro guarda el recuerdo de aquel amor que recibíamos, y lo guarda junto al recuerdo del sabor de aquella merienda, que no solo nos aportaba hidratos de carbono, grasas, etc. sino también la sensación todopoderosa de ser queridos.

Por eso no es extraño que ahora, cuando nos proponemos hacer régimen, cuando hemos decidido apartarnos de aquellas cosas que tienen excesivas calorías, nos resulte tan tentador ese trozo de chocolate, o esa tarta que era la forma de celebrar nuestro cumpleaños, o esas patatas fritas, o ese helado que antes recibíamos como premio a un buen comportamiento, o cualquier otro alimento que, lo sepamos o no, nos traiga recuerdos del afecto recibido, de la atención de nuestros mayores, de la reunión familiar en torno a ese alimento, de la convivencia con seres queridos que ya no están, etc. etc.

Los alimentos tienen no solo un valor energético y alimenticio sino también un valor emocional, el de las emociones que se unieron a su consumo en tiempos pasados. Y al igual que necesitamos para nuestra salud física las sustancias químicas que nos aportan, también necesitamos para nuestra estabilidad psíquica de los recuerdos que son capaces de evocar, aunque en muchísimos casos se trate de recuerdos que no percibimos conscientemente, por muchas razones, por ejemplo por el simple paso del tiempo.

Al privarnos de nuestros tradicionales y deseados alimentos, nos privamos también de las emociones que ellos nos generan, de la sensación de unión familiar, de ser queridos, de haber vivido etapas mejores, etc. Y esta es otra razón más para que un régimen se nos haga especialmente duro de seguir, de que nos tienten enormemente determinados alimentos, y de que conseguida la deseada pérdida de peso muchas veces nos saciemos de ellos y emprendamos una vez más la tan temida gordura.

Pero necesitamos, por la razón que sea, adelgazar, y para esto seguramente necesitamos reducir el número de calorías que ingerimos, y ciertos alimentos como el chocolate por seguir con el mismo ejemplo, no son precisamente los que tienen menos calorías. ¿QUÉ HACER?

Para contestar a esta pregunta debemos hacer uso de nuestra imaginación, y de la tolerancia con nosotros mismos.

Imaginación para saber hacer compatible nuestro régimen con nuestras tradiciones gastronómicas, por ejemplo preparándonos a veces nuestros habituales platos pero elaborados de manera que contengan menos calorías, o consumiéndolos cuando hemos sido especialmente eficaces en el régimen en otros platos.

Tolerancia con nosotros mismos para saber hacer una excepción en nuestro plan alimenticio, a condición de aportarnos estas sensaciones placenteras que son imprescindibles para nuestra estabilidad psíquica, y que como pretendo poner de manifiesto provienen en buena parte de las emociones que nos generan los alimentos. Si somos tolerantes y sabemos hacer una excepción en nuestro plan de adelgazamiento, podremos conseguir que este sea más longevo y por tanto y finalmente más eficaz.

Si determinado alimento nos supone una especialísima tentación, y se convierte en nuestro gran enemigo a la hora de adelgazar, pues lo consumimos compulsivamente, o simplemente porque somos incapaces de apartar su imagen de nuestra cabeza, entonces puede ser interesante que indaguemos por nosotros mismos, o con ayuda de un profesional de la psicología, cual es el valor simbólico que ese alimento tiene para nosotros, y una vez obtenida respuesta, de qué manera podríamos obtener de forma menos perjudicial para nuestra salud esa misma sensación emocional.

Tenemos que tener presente que la parte de nuestro organismo que degusta los alimentos, y los clasifica en más o menos deseables, es el cerebro, donde residen también nuestros recuerdos, nuestros deseos, nuestros miedos, y si me lo permiten "nuestro coraz."

ESTEBAN CAÑAMARES
Psicólogo Clínico y Sexólogo
Madrid

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